Creí haber sobrevivido a tus exigencias y desaires. Convencí a mi conciencia de que no era necesaria tu ayuda. Incluso bajo aquella noche cerrada pretendí desafiarte llenando versos con la tinta de mi alma en cada letra. Pero nunca conseguí que el resultado fuera digno. Ni siquiera me servía para saciar mi sed. Recuerdo haber llorado en silencio soñando con que volvieras. Recuerdo haber destrozado cada pensamiento a gritos, rompiendo cada palabra con la fuerza de los lamentos. Pero, aún así, seguía negando la evidencia.
Comencé a pensar si quizá debía buscarte. Emprendí el camino hacia tu casa, sin saber dónde vivías. Te perseguí allí donde nunca habías estado. Pregunté por ti a quien no te había visto jamás.
Con la desesperación de no tenerte decidí simplemente desistir. Dejarlo todo y apartarme. Abandonar pasiones y glorias; amarguras y desahogos que sin ti carecían de sentido.
Parece mentira que, después de tantos años, aún no entienda que te vayas y vuelvas cuando se te antoje. Parece mentira que, a estas alturas, no haya aprendido que, sin importar el tiempo que transcurra, siempre vuelves. La inspiración siempre vuelve.