jueves, 11 de septiembre de 2008

Un largo viaje

Cambiando de registro, permanecía agazapada entre los imaginarios arbustos de la noche que se empeñaba en vivir. Un escondite perfecto para alguien que detestaba relacionarse con sonrisas.

Escuchó el murmullo lleno de ira de los árboles de la calle, y traspasó las fronteras físicas de su luna nueva permanente. Sin moverse ni un ápice, anduvo por los parajes que albergan sus recuerdos y olvidó en un momento todos aquellos cuchillos que la bondad había clavado en sus pensamientos.

Se vio reflejada en las aguas de la isla que no duerme y recordó en un paraiso para los extranjeros -en un rincón de Cataluña- por qué cuenta con dos manos los años que le acompañan aquellos que a tantos minutos han puesto su nombre.

Se enamoró, una vez más, como se ama a un primer amor que te hipnotiza, de aquella tierra que es suya, sin importar nunca que no le viera nacer.

Mientras tanto, fue llenando de cruces rojas un expediente mal parado, que compensaba tantas desgracias con alguna que otra cerveza, para celebrar las gratas sorpresas en forma de aprobados.

Y, casi sin darse cuenta, estaba en el mismo sitio. Una vez más, y siempre. No se había movido, y todo parecía volver a empezar de nuevo.

El tren que transporta los días viaja más rápido que nunca, apenas se detiene en las numerosas estaciones que se plantan en sus vías. Pero, tras un largo trayecto, vuelve al lugar en el que descansa, se desahoga y recarga sus ganas de seguir adelante. Porque, sin importar a dónde, desde dónde y cómo, hay una estación que este tren no podrá evitar visitar y llenar con sus historias.


Ya estoy de vuelta :-)