Sí, caí en la indiferencia. Pequé de mis pecados.
Decidí llenar de humo mis pulmones y, a la luz del flexo, redactar línea por línea cada historia de escepticismo que nunca antes me creí.
Apagué en un parpadeo el ardor de mis suspiros y deshice las puntadas que sujetaban mis andrajos, hechos con hilos de vieja ambición.
Cuando asesiné a mi rabia con un golpe de voz desgarradora, me dispuse a destruir letra por letra los melosos versos que aquella noche cerrada te dediqué entre sonrisas, mientras tú jurabas fidelidad a un incierto amanecer que no terminaba de parir al sol.
Después de todo, sólo me queda esperar a que me mires de nuevo. Quizá ya ni eso me queda. Quizá no pretendo que me quede. O que te quedes, si es que alguna vez te fuiste.
Así que sí. Elegí la indiferencia. Me decanté por ella como la única salida de ese abismo, donde me faltaba el aire y la altura se me antojaba hazaña suicida. El único suelo contra el que estrellarme tras un salto necesario. La única manera que he encontrado para emprender el duro camino de intentar olvidarte.
domingo, 21 de agosto de 2011
lunes, 8 de agosto de 2011
Cualquier cosa, contigo.
...Y echarte de menos, como si el mundo fuera a desaparecer mañana. Pensarte mientras ignoras que existo, como si un detalle fuera a nacer inesperado y tu mirada contestara a mis lamentos.
Raciona tus guiños en mi cartilla, regálame una sonrisa improvisada. Como si entendieras mis esfuerzos, como si recompensaras mis intentos de alquilar tu atención.
Se vende cara tu presencia. Se me antoja inalcanzable tu conquista. Ruego por tus palabras. Me desmarco de tu libre albedrío y ya ni me planteo acaparar un segundo de tu día con mis caricias.
Ni siquiera sé por qué te escribo, si no estás. Ni siquiera sé por qué te sueño, si no encajas en mi absurda realidad.
...Y es que, quizá, seguir soñándote me ilusione. Y quizá pueda pintar mis días de ciencia ficción. Mientras tú piensas que he vendido mi alma a otro interesado, y crees que no guardo en mi memoria cada paso que das.
...Como probable es también que pida demasiado si me empeño en que repares en el brillo de mis ojos cuando apareces. O que entiendas que vuelvo a luchar contra las nubes para conseguir el mejor asiento en el cielo al que me elevas. Como si el infinito fuera un simple error de cálculo; como si la luna no tuviera nada que hacer, y la lluvia no mojara las baldosas que, tras un improvisado tercer acto, esperan ansiosas su final.
Levanta la vista y me verás. Esperando la oportunidad de replicar tus quejas, deseando discutir las más estúpidas diferencias. Un suspiro. Un error. Una duda. Contigo. Una idea, contigo. Un mal día, contigo. Una carcajada, un principio, una mirada. Cualquier cosa, contigo.
Un pequeño cuento
Dime qué quieres que escriba, si las palabras suenan vacías aunque me sobren las ganas de dejar mi corazón en estas líneas. Si se me agotan las ideas, y las letras se me hacen imposibles cuando intento acertar a componer lo que siento con la poca coherencia que me deja la ilusión.
No, no había sentido nunca así. Incluso cuando creía que no había nada más allá de los latidos que una vez guiaron mis pasos detrás de cualquiera. Cuando pensaba que lo sabía todo; que no había más amor que el que creí haber probado. Cuando vagaba convencida de haber vivido mis días a través de latidos ajenos. Ahora es cuando apareces tú, rompiendo todos los esquemas. Enseñándome un camino que creía saberme de memoria.
Y yo que, a veces, soy otra, que, a veces, soy nadie, resurjo del rincón oscuro donde habito, con la energía que me das, suficiente para saber que la vida es más amable de lo que acepté una vez.
Y río a carcajadas donde grité. Y sonrío donde una vez pensé que nunca volvería a hacerlo. Y te miro, y en tus ojos veo cuentos con final feliz, esos que nunca quise leer por temor a que no fueran ciertos.
Porque el brillo de mis ojos no me permite ocultar la felicidad que ahora me acompaña. Porque eres tú, y sólo tú. Y a ti te debo el placer de descubrir que la vida nos guarda un regalo inesperado. Incluso cuando crees que ya lo habías disfrutado. Incluso cuando piensas que nunca más vas a volver a querer. Hasta que un día te despiertas y comprendes que nunca antes habías querido.
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