Hoy desperté entre recuerdos de una vieja casa en la que di mis primeros pasos. Sin saber por qué, he creído recorrer aquel pasillo en el que tantas veces posé mis pequeños pies de inocente niña.
Hoy el olor característico de aquella que se fue para no volver jamás ha invadido mi cuarto, como si la angustia de echarnos de menos por fin hubiera podido con ella. Aquel olor especial que anunciaba el mes de junio. Aquella señal de que ella estaba cerca y la enorme paz que eso suponía.
Aquella casa, mi primer hogar. Mis primeras risas. Mis primeros juegos. Amigos invisibles. Los primeros años de una vida a la que no hacía falta aún encontrarle un sentido.
Aquellas carreras del tercero al primero. Aquel bloque de calle Zamora en el que siempre había alguien dispuesto a jugar conmigo. Aquella bici rosa y verde. Aquellas tardes de pan con chocolate y Garfield.
Aquel Cine Exin heredado. Aquel Quién es quién que me cargué. Aquellos días de parque, primeros amigos. La señorita Julia. El equipo azul.
Aquellas noches de barbacoa en Peñagrande. Aquellas tardes de Casa de Andalucía. Aquellos veranos en Tossa y Mallorca. Aquel payaso, aquel parque de madera. Aquellos tontos amores imposibles que me hacían estremecer.
Aquella niña de pelo rizado que en el fondo sigo siendo hoy. Aquella que tuvo que dejar su casa, sin entender muy bien el porqué. Aquella que creció deprisa. Aquella que calla lo mucho que tiene que contar. Aquella, esta, que escribe hoy desde una feliz nostalgia renacida de unas fotos, unos videos, una canción. Aquella que hoy sonrie al recordar todos estos veinte años. Aquella que cae en el tópico de sentirse orgullosa del pasado. Aquella que es lo que es por los días y la gente que los pintó.
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