Destrozas mis segundos. Revientas mis latidos. Te busco y no me encuentro. Me buscas y te has ido. A veces es tan simple como respirar de madrugada, a veces tan difícil como lanzarse contra el suelo. Si me preguntas qué me queda, te diré que trozos de vida. Si me preguntas qué me dejo, te diré que todo lo demás.
A veces tan doloroso como decirte adios, a veces tan placentero como no haberte conocido.
Y tras olas y olas que arrastran la suciedad que dejamos, llega a la orilla un momento de calma, de pureza. Y es ese momento, justo ese momento, en el que te das cuenta de que la vida sigue, siempre a pesar de todo. Siempre a pesar de ti.
jueves, 30 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
Reflexiones (II)
Tormenta de sensaciones que se entremezclan con primaveras. Lluvia que cala errores mientras la gente corre por la calle, dejando atrás las sombras. Dejando atrás la rabia, el tedio, la vida.
No pretendo hacerte responsable de mi amargura, ni pedirte que me tiendas la mano. Ni siquiera sé si quiero que sigas aquí.
No pretendo hacerte responsable de mi amargura, ni pedirte que me tiendas la mano. Ni siquiera sé si quiero que sigas aquí.
A la pregunta de si te siento, respondo cada vez una cosa distinta. Cuando me piden que te defina, nunca sé por dónde empezar.
Me parece que es el fin, ya escucho llover en la calle. Y la gente sigue corriendo, sin percatarse de que ya nada volverá a ser como antes.
Cartas desesperadas (I)
Nadie te otorgó el derecho a machacar cada detalle de mi existencia, mientras clamas con rabia que no tienes mi atención.
Nadie, en un mundo lleno de lógica, podría entender que me mientas después de tanto tiempo.
Se me antoja absurdo que sigas inventando novelas para no admitir que aún habitas en la tierra de la vergüenza, jugando al escondite, matando tu alegría.
Que todavía no encuentro sentido a tus continuas descalificaciones. A las malas interpretaciones de mis actos.
Deberías saber ya que la diferencia que separa la sana práctica de pensar en uno mismo del error de decir todo lo que uno piensa es tan grande como la poca educación que últimamente te caracteriza.
Quizá yo piense mucho en mí, pero nunca escupo aquello que sé que salpica.
Quizá yo parezca ausente, pero no es fácil sobrevivir en medio de una tormenta.
Quizá no todo eres tú, y siempre tú, mientras me exiges que dé la talla.
No pretendas que sea inocente quien nunca lo fue. No me pidas que te enseñe el camino. No me hables de arrogancia. No me vuelvas a decir que se acabó.
Nadie, en un mundo lleno de lógica, podría entender que me mientas después de tanto tiempo.
Se me antoja absurdo que sigas inventando novelas para no admitir que aún habitas en la tierra de la vergüenza, jugando al escondite, matando tu alegría.
Que todavía no encuentro sentido a tus continuas descalificaciones. A las malas interpretaciones de mis actos.
Deberías saber ya que la diferencia que separa la sana práctica de pensar en uno mismo del error de decir todo lo que uno piensa es tan grande como la poca educación que últimamente te caracteriza.
Quizá yo piense mucho en mí, pero nunca escupo aquello que sé que salpica.
Quizá yo parezca ausente, pero no es fácil sobrevivir en medio de una tormenta.
Quizá no todo eres tú, y siempre tú, mientras me exiges que dé la talla.
No pretendas que sea inocente quien nunca lo fue. No me pidas que te enseñe el camino. No me hables de arrogancia. No me vuelvas a decir que se acabó.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Y, desde aquella noche...
Culpable por creer que en una noche cumpliría mis deseos. Culpable por pensar que, después de todo, no cambiaría nada.
Idiota por romper los lazos que nos unen, sincera por decir que se acabó.
Idiota por romper los lazos que nos unen, sincera por decir que se acabó.
Errores que te llevan al final de la carrera, incluso cuando no quedaba nada por ganar.
Una noche. Un recuerdo. Una fatídica decisión. Teníamos tanto que ahora no nos quedan ni sonrisas.
Y mientras pienso qué será de tu vida sin mí, entiendo que la mía no tiene demasiado sentido.
Una noche. Un recuerdo. Una fatídica decisión. Teníamos tanto que ahora no nos quedan ni sonrisas.
Y mientras pienso qué será de tu vida sin mí, entiendo que la mía no tiene demasiado sentido.
A veces pienso que no me importas. Y dibujo los recuerdos con tinta de punto final, para después llorar de rabia por tus ojos.
Dime de qué vale una locura si muere con ella la complicidad. Dime para qué sirvió unirnos en la oscuridad clandestina, si ahora no podemos ni mirarnos en la luz.
Dime de qué vale una locura si muere con ella la complicidad. Dime para qué sirvió unirnos en la oscuridad clandestina, si ahora no podemos ni mirarnos en la luz.
Una parte de mí quiere creer que seguiremos siendo envidia, celos, discusión. Pero la cordialidad que nos define desde aquel día acaba con todas las ilusiones.
Nos equivocamos, amigo. Que no te quepa ninguna duda.
Espero que el tiempo sea de nuevo sabio y junte los pedazos que aquella noche quedaron esparcidos por toda nuestra historia.
Te echo tanto de menos...
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