A pesar de todo, en algún momento sentí que nuestro encuentro estaba dotado de racionalidad. Incluso, puede ser -lo cierto es que no lo recuerdo con nitidez- que alguno de los dos pronunciara palabras coherentes.
Mi única imagen certera es la de su mirada susurrándome. Mi único consuelo, la ventaja que ha querido concedernos el tiempo.
Se despidió sin apenas saludarme. Se esfumó sin que nada indicase que estuvo allí. El ruido del baile de las hojas, festejando con su vuelo la llegada del otoño, se acopló a mis oídos, cual banda sonora de escenas inolvidables. Y, mientras pensaba en todo lo que me dijiste sin hablar -quizá sin haber estado jamás frente a mí- supe que, otra vez, había bebido demasiado.
La marcha etílica de mis latidos sonaba a melódico rock. Mi cuerpo, alborotado, descontrolado, se había contagiado por el ambiente y se disponía a seguir el ritmo frenético de las hojas, que ya convertían la calzada en una alfombra de piel caduca, como una desgarradora metáfora de lo efímero.
Cuando creía haber encontrado la prueba de que no actuaba en el estúpido escenario de lo onírico, un chirriante sonido dejó helados a mis sentidos que, aterrorizados, decidieron marcharse a dormir para que yo pudiera despertar. Y, quizá, encontrarte entre realidades que, vistas desde aquí, no parecen tan inalcanzables.
1 comentario:
Y aquí tenemos una nueva obra maestra de la señorita Amparo Carrasco :p
=) Muy Vino, si señora!
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